8.9.11

XIV (Mark Strand)

El barco se quedó demorado en el puerto.
La promesa de la partida comenzó a apagarse.
El resplandor del mar, la brillante abundancia

de su azul, sin embargo, no se apagan.
Los pasajeros unen sus voluntades para liberar
el barco que chirría. Lo único que quieren

es un último viaje más allá de las palmeras de papel
y los bancos de arena de la melancolía, más allá del cristal
y las mansiones de alabastro enhebradas a lo largo

de la costa, más allá del sonido de sirenas
y de los estruendosos engranajes de los grandes camiones que trepan las colinas,
hacia la desnudez bañada por la luna de las olas,

donde los garabatos en el agua tientan a los viajeros a sumergir sus manos
para atrapar esos mensajes que se van disolviendo entre sus palmas.
Una vez y otra vez sale a flote lo escrito,

resplandece a la luz por un instante y se hunde después sin que nadie lo lea.
¿Por qué los pasajeros habrían de desear con tantas ansias
vislumbrar lo que nunca han de tener?

¿Por qué hay tantos de ellos apiñados sobre las barandas,
mientras dormita aún el barco amarrado en el puerto?
¿Y a quién saludan con la mano? Hace

años que los negocios de la ciudad abrieron,
hace años que izaron la bandera en el pequeño parque,
que la nube detrás de la montaña de la zona se movió.